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En 2002 se genera el segundo hecho considerado un milagro, necesario para proceder a la canonización de la religiosa helvética, cuando la joven Mirna Jazime Correa, de Cartagena, recobró la entera salud, al estar desahuciada tras complicaciones al sufrir una neumonía atípica.

El primer milagro, atribuido a María Bernarda, que dio pie a su beatificación, sucedió en 1969 cuando por su intercesión la niña Liliana Sánchez de quince días de nacida, se le reconstruyeron los huesos de la bóveda craneal, con los cuales no había nacido.3 De esa manera el 29 de octubre de 1995, fue beatificada por el papa Juan Pablo II.

La Madre Bernarda y sus primeras hermanas se lanzan con coraje y fervor a realizar los fines de la insipiente congregación. “Amadas Hijas, Dios está en la escuela, en la Enfermería, en la Portería, en el Oratorio. Con Simplicidad lo encontraremos en todas partes”. (Tomada de la Cta. MB) Art. 130 E.M. Pág. 36.

La Madre Bernarda se acercaba a los 76 años de vida, de los cuales 56 vivió como consagrada, 38 de estos en la Congregación, que floreció bajo el calor de su vida testimonial en las misiones de América Latina.

Eran las cinco de la mañana de un memorable lunes 19 de Mayo de 1924, en la ciudad de Cartagena-Colombia, cuando la Madre Bernarda pasó a la Casa del Padre, la fundadora santa, la madre tierna, la mujer diáfana, la religiosa coherente y fiel, la gran misionera; aquella que buscó incansablemente asemejarse al Maestro, quién se despojó totalmente de sí misma hasta identificarse íntimamente con Cristo en la Cruz. (Pág. 242 del Libro “Una Vida Luminosa”)

Guiada por la Providencia de Dios, se encaminaron a Cartagena, Colombia, donde Monseñor Eugenio Biffi, Obispo verdaderamente misionero, las acogió paternalmente. (Art. 118 de Espíritu y misión de la Congregación, pág. 34).

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